Siempre vi hacia el lado equivocado, quizá es que era muy joven y no sabía que la vida corría en esta dirección. Solìamos sentarnos todas las tardes a soñar con el delirio de la muerte, a jurar esas cosas sin sentido que embargan la memoria cuando nos embriaga la soledad. Dio igual que nos dijeran que la señal indicaba el fin del camino, seguimos sin escuchar.
La eternidad era ese paso, ese simple mundito, ese albùm de risas entre llantos, de culpas y confesiones sobre la acera del interior de la casa, y las miradas de celosas vecinas que siempre terminaban callando. Nuestros cuerpos revelabna diez años menos que cualuqier otro punto desde el que se vea por el retrovisior, entonces el cabello corto sobre la sonrisa, el alcohol en las venas y las madrugadas en el parpadeo eran sòlo un pretexto para quedar llenos de un abrazo terminado en el reloj de la prisa, de la necesidad absurda de consumirlo todo.
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