sábado, 5 de junio de 2010

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Gil no sé si recuerdeslos timepos en que íbamos en la secundaría, tu llevabas la camisa más perfecta, los zapatos más limpios, la sonrisa más amplia, yo era la que siempre se sentaba del otro lado del salón,  estaba en constantes abismos; un día me preguntaste en dónde se originaba mi sombra y yo no dude en señalar tus raíces, en denunciar el amanecer que se alimentaba con la sangre de los niños, en negrecer con nubes la luz principiante del cielo.
Tú me abrazaste y no entendí cómo un ave se atrevía  a abrazar a los muertos, tú calor perforó mi textura, me hizo sentir infinitamente más errónea.
-La gente se preocupa por zapatos, por ropa, decían las voces que nos rodeaban, eres rara ¿Quién se preocupa por el cielo? 
No contestaba. Me preocupaba el cielo porque quería ser inmortal, cualquiera tiene zapatos, pero no sirven cuando uno empieza a volar,
Mis alas rotas te conmovieron ¿Fue eso, Gil, sólo te causé pena y por eso me cubriste con tus alas?
Estaba muerta, no sé si lo notaste, si nos conocimos en un momento en que las estrellas señalaban otro momento, no sé si alguna vez lloraste por mí, lo cierto es que aún te sueño, aún estoy en esa enorme sala, con los zapatos negros y las medias largas, estoy esperando a que regreses, a que entres por la puerta y tras de ti despunte el día.
Juntamos amaneceres, tu canto era alegre, no como ahora que hablo con tu tumba, esa ingrata que se ríe de cuanto digo, que exhala silencios largos y corrosivos. Es tu prisión, es tu prisión  lo sé, pero no dejo de maldecirla por ser muda, por no permitirte viajar a donde el sol te indica.

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