martes, 8 de junio de 2010

Guardaba la realidad en su bolso, un parque para caminar en las tardes, un conjunto de palomas para acompañar a los viejos, una bolsa con una madeja de pan y un reloj con voz de campana para indicar el final del día, a veces también sacaba las luces de la noche,  encendía ventanas, les pintaba amantes desnudos, con promesas de boca-oidos; si se sentía cansada metía los árboles y las jardineras, se llevaba las rocas sobre las que las mujeres sin casa se sentaban y llenaba de amor y caricias a los durmientes en su bolso, mientras caminaba rumbo al banco, a dejarle una carta llena de cariño a su hijo.

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