sábado, 12 de junio de 2010

Atribuí todas las tristezas a ese momento, a tus ojos, al dedo que apuntaba los diálogos de labios e instantes fumados con el síntoma de la luna.

Sentí ganas de desmoronar el espejismo de lo real, de caminar descalza y deconstruir con mis lágrimas la frialdad de las carreteras, de cerrar las autopistas con el dedo gordo y que las casetas fueran centros de memoria. De llevar los párpados de los muertos cosidos en los límites de la piel que me estorba de soledad y esperanza ; y luego entrar en el mar de verdes que se marchita bajo la tala, pretextos para no envejecer, para que nuestros nietos mueran perfectos, sin conocer la belleza de una flor, sin sentir el sol la lluvia el frío, la vida que se desplaza del arco de luz a la sombra.


Atribuí todas las tristezas a un incidente, en el que alguien mencionó que nací, y de inmediato comencé a buscar, entre los rostros, el exhalar del dedo que desdibuja los diálogos internos en los que el cuerpo extraña.

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