domingo, 13 de junio de 2010

Paré mi carrera de angustía y me subí al tren de azules moteados con gris, le dije a mi hermano que cerrara la puerta pero los sueños siempre están abiertos a los curiosos, así que nombre tres veces al visitante que quería, apareció y le pregunté sobre mi desvelo, en lugar de responderme fue desapareciendo mientras los ojos del hijos de mi enemigo se dedicaba a identificarse con mi basura.
El problema de estos días es el mismo que el de todos, su relación con los ojos es aberrante. Alcanzó a decirme el invocado. Lloré un poco,  el hijo de mi enemigo se bañó en perfume, se puso camisa, me invitó a darle la vuelta  a un parque sin gracia en el que sólo una flor morada servía de fuente, estás desvariando, dijo cuando intenté alzar la mirada, pero supongo que yo también lo hago, sonreimos. Me habría gustado compartir ese sueño con otro, pero no fue tan malo. Detuve mi oido en el interior de su corazón y descubrí que también latía, quizá fue por eso que metí la mano y le saque los ratones y la rueda y los dientes que mordian su interior.
Si mi enemigo nos descubre nos matará.
Que gracioso, ahora quiero gomitas, nunca me gustaron pero quiero unas y que el tren llegué al puerto en el que las palabras se vuelven alas, y las alas nos poesen, casi hasta consumirnos, hasta obligarnos a volver a despertar a la mitad de un vuelo. Mi hermano toca la campana, debo marcharme, sobre todo ahora que sé que todo se relaciona con los ojos, que las mentiras son convicciones hechas imagen.

No hay comentarios: