martes, 8 de junio de 2010

Hay un sinfin de charcos, no había pensado en dónde se encontraba el arcoiris, seguramente en el cuepo de la mujer muerta, en las ojeras de la hija que llora o en el agrio aliento del hombre que vigila tras la estación de autobuses a los desconocidos. La pregunta me sonó extraña, no conocí antes a alguien a quien le preocuparan los discursos del cielo, sólo gente de ciudad con relojes y horarios, noticieron llenos de sangre salpicada en camisas y blusas blancas de reporteros. Imaginé entondes el cuerpo de la mujer, el nudo en el cuello de la chica, el hombre sometiendo a los desconocidos, el hambre de poder en el lujurioso enemigo de la chica de las novelas.
No contesté. Creo que la pregunta no esperaba respuesta.

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