viernes, 4 de junio de 2010

Nunca me gustaron los lunares, esas ramificaciones que creaban cielos en donde tu piel se exponía, ni tampoco las risas sencillas en las que uno no encuentra idioma alguno, pero de alguna manera me acostumbre a mirar el cielo de tu noche, a sonreír sin moraleja ni pretexto, a embarcar mis sentimientos en el viento de tu boca.
La vida es  quien nos recuerda el lugar al que pertenecemos, me trajo de vuelta a la lejanía de tus estrellas, a la hilera de costumbres sobre las que bordo la necesidad de un café en la mañana, una lectura al exterior de los diarios, un poco de frío al tocar el umbral que da a todos los afueras.
Pienso en los delirios de esos tiempos como una obra ajena y consumada, sobre todo cuando de noche siento la necesidad de volver a  sonreír por nada.

No hay comentarios: