jueves, 1 de octubre de 2009

Ya

Ya es octubre y la luna que nos envuelve nos derrite en dos camas, nos transforma en flores de espejos perfumados, en ídolos de sol muriendo, al ritmo de la pausa, del sueño que antecede al invierno porque nosotros somos muerte y ella es nuestros labios que se encuentran. Los inviernos llegarán a borrar nuestros pasos y nuestros encuentros, nuestras llamas canceladas. No hay nada de qué preocuparse, no en este cáliz de pálido cuerpo.


Cierra los ojos, levanta la mano, que el horizonte sienta el estruendo del inicio de la morada de la vida que culmina. Antes de volverse ceniza, en la playa de las antorchas, de las piras, de los velos de las niñas que traen con su cuerpo sin forma la luz de las estrellas, las sirenas consuelan terremotos, volvemos al cálido vientre de la tumba que nos pario, que nos trajo al roce de las manos, de los cuerpos, a la caza de la sensación.

Corremos tras los perros, incluimos nuestra furia en la erótica figura del contacto, en la empedrada alfombra sobre la que tus pasos reposaron el dolor.

Ya es octubre, me convierto en flor a los pies de la tumba de la noche, cerca de donde el equinoccio florece, convirtiendo en silencio los restos de mi voz.

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