sábado, 29 de mayo de 2010

Te busqué para contradecir al mar, 
para que ninguna luna pudiera afirmar en momento alguno que no hay forma de recuperar el paso de las olas y volver a tocar lo que se ama. 
Te dije que este era mi intento por no parecer cursi, 
que fallaría porque uno no siempre puede poner la cabeza en hielo 
y crecer de la rama adolorida.
Tú sonreías, 
el mar siempre lo toca todo, 
lo destroza con su puño; 
el mar no lee 
ni se deja leer por cualquiera 
ha estado tanto tiempo sobre la tierra 
que sólo murmura su eternidad, 
ese peso que deja sal entre los pliegues de los ojos, 
entre las ramas más intimas de nuestros moldes, 
él mar no sabe de tristezas 
aunque a veces su corazón se llene de frío. 
Promete realidades 
cuando su cielo se vuelve pálido, 
cuando el rayo desgarra su silencio 
y en pausa esperamos a que el viento nos eleve,
 a que la piel se nos vuelva fragmento y humedad.
El mar jura 
que lo único que nos pertenece es la soledad,
pero yo, cansada de ese destino, 
te busqué bajo las estrellas  que danzaban en el cristal de las ventanillas del auto, 
te encontré sentado a la orilla de su rumor, 
afirmando con él que las prisiones nos llegan a través de la piel.


Es curioso,
 llegué a ti por contradecir al mar 
y cuando la libertad de tu lejanía me tocó, 
en el desvelo el mar seguía conmigo. 



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