viernes, 28 de mayo de 2010

pesimista

Ya ninguna mujer empuja carriolas, ya ningún hombre fuma cigarrillos, los formados ante esta puerta queremos un toque de poesía, una mujer para el auto, se cierra la cremallera, nos mira a todos, nos indica la división: los hambrientos tras la nave, los sedientos en el puente, nosotros, gusanos, en la fila.
No hay risas ni muecas, estamos disfrazados de nosotros, pero somos zombies, extraños plásticos que titilan con un nombre en la tarjeta que da al frente.
Nadie nos dará lo que pedimos, nunca lo han hecho. Necesito letras grandes y lentes para reconocer el espacio, este vació que se acumula bajo el polvo de las escobas, sobre los basureros, en el angustiada alma de las ratas, que caminan cada vez más austeras, en el foco que se columpia ya sin luz que le encienda; necesito contemplar la manera en que el diserto avanza sobre las huellas de mis pies y va desfigurando lo poco que queda.
A lo lejos el estéreo de un auto contiene los discursos del mundo, las palabras repetidas de miles de años, y aquí, en mi pecho, en las costras de mis labios, en los ajuares en los que se escribe la violencia, resuena la necesidad de suicidarnos.
La mujer nos nombra, nos da un trozo de guerra, un pan viejo, lleno de órganos manchados e insectos, de orines, de hirientes ganas de llorar.
Avanzamos hasta donde el mar es arena, devoramos el mendrugo, besamos la mano que nos dio el pan, en la memoria, nos quedamos quejosos tirados en el suelo y luego en silencio soñamos con autos, con padres, hijos, ropa, un mundo en donde podamos pedir algo que no sea un pan manchando nuestros dientes o una ciudad de vacío ensuciándonos la frente. 

No hay comentarios: