sábado, 10 de julio de 2010

No tengo alas, tengo líos de moscas para descarnarme, para endulzar el paladar de la espuma sobre el vaho de lo podrido, no sé volar, pero se lo oculto a las demás aves, temo que noten mis muñones, que se sienten a querer lamer mi sangre y que al absorberla se abra el espacio del dolor que me pulveriza, esa vergüenza de gritar y gritar mientras sabes que te comen.

Las aves son crueles, son los animales más terribles, conocen el cielo pero no soportan no devorar a quien se les presenta, a quien no nace. Se comen los huevos de sus nidos, se roban las crías, graznan iluminadas con la sed de sangre; me ven distinta, bailan en torno mío, quizá lo notaron desde hace años, pero siendo pequeña no podrían consumir más que un trozo mínimo; danzan con graznidos y el grito se atora en mi pecho, en la garganta que asfixia mi propio aire. 

No tengo alas ni vuelo, soy dos muñones, dos trozos de aspas, un conjunto de moscas 
ocultando lo gris de mi resplandor. 

El atardecer ciega y quema más, en el nublado de su cuerpo, que la luz.

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