lunes, 30 de agosto de 2010

¿Cómo no llorar tu muerte encasillada? 
No tengo ojos para leer las palabras de las aves, sólo tengo antojo de exterminar el insomnio  que me lame la espalda y de dejarme caer sobre la nube de arrugas que se multiplican en mi mirada - esa hoja plana en la que los demás creen -
¿Notas cómo mi voz no sirve para nada?
¿Notas cómo esto carece de sentido?
La manera en que yo soy una gota que propaga su propia suciedad bajo el aliento transparente de la lluvia, esto no es una pregunta, esto no es una realidad, no me están leyendo, no soy yo, no existo, sólo existe mi dolor, esa boca que regresa los pasos de la creación de la misma locura que me hace ensuciarlo todo.
Estoy en el suelo, con papel blanco, pegado a mis limites, a la carne que me come, que me consume hacia adentro, hacia ese enjambre en el que mi voz vibra y zumba y crea espejismos: pensamientos.
Me había negado a visitar esa ciudad, le temía
me había negado a conocer a los originarios de su vientre abierto y viscoso, 
me había negado a trasparentar mi propia sombra en las calles cubiertas de su humus
me negué
me negué
y seguí negando hasta que no hubo otra opción.
No todas las ciudades tienen hijos como no todas las parejas tienen felicidad, los enemigos se encuentran bajo mis dientes y esto carece de la naturalidad que debería tener.
Tienen razón en temer a la carne que se desprende del techo, tienen razón en temer al delirio, pero luego se encueran con los ojos desechos, con mi ceguera, con mi posibilidad de repetir en todo orden posible lo que pasó hasta antes de volverme loca, de ser sólo un ente que entinta con su suciedad las cosas, lo que nos rodea, lo que nos explica, lo que está aquí
allá
alllá
alllá
alllá
allllá
¿Aún pueden leerme?
¿Aún pueden verme?
¿Cómo lo hacen sin mis ojos?

Me estoy despegando de este texto, de la ternura del calor del racimo de putrefactos orbes, sigo llorando, con las palabras que me taladran desde dentro. Esto sigue sin sentido, carece de importancia.

Fui a esa ciudad, con los pasos dibujando la desnuda textura de mis pies, fui a esa ciudad y me tope con el temor de la boca - mi boca - en la voz de otra apersona, un desconocido, un ciego que pedía un aporte mínimo a su escalera, iba descendiendo en los dientes de la muerte, quise ayudarle, me detuvo el tacón atorado de la tierra, me detuvo el aire que soplaba hacia afuera de ese cadáver. Fui a esa tierra y los nublados se volvieron mis dedos, la podredumbre se instaló en mis brazos, el corazón enflacó en los bordes por los que la llave entraba. Regresé con los pies untados, con el aceite aromático de las lágrimas, regrese con los ojos en una lata de tristezas, regrese sin el calor que guardaba mi pecho, regrese a volverme gota de excremento, 
sin saber que uno nunca regresa de los viajes 
sin saber que la ciudad prohibida también podría mi lengua 
con su lengua aborigen
con su lengua ilustrada
con su lengua...
Vivo rasgada por dentro, lloro el cadáver que habitaba. 
No tengo ojos para leer las letras de las aves. 
El insomnio lame mi espalda salada
Mis ojos abiertos fingen mirada
¿Notas cómo mi voz no sirve para nada?
¿Notas cómo esto carece de sentido?


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